Las
funciones psicológicas del cerebro estructurado en su máxima escala, que es la
propiamente humana, con un amplio desarrollo de los lóbulos frontales y el
neocórtex, corresponden al elaborar ideas abstractas, al razonar lógico, al
albergar sentimientos y al actuar intencionalmente. La estructura que engloba
unificando las estructuras psíquicas producidas por la estructura del cerebro
humano es la conciencia de sí.
Hacia
la conciencia de sí
Las capacidades para aprender y memorizar, comunes a
por lo menos todos los animales superiores, especialmente los mamíferos y aves,
no son lo mismo que las capacidades para comprender y pensar. Así, funciones
cognoscitivas como razonar, planificar, fantasear, clasificar, acordar, honrar,
burlarse o explicar tienen en los seres humanos su única expresión. La
inteligencia animal, basada en el instinto, es superada por la inteligencia
humana, basada en el pensar racional y abstracto.
El concepto “instinto” lo usamos extensa y
corrientemente para referirnos a la inteligencia animal. Pero también los seres
humanos nos basamos en el instinto como parte de nuestro comportamiento
inteligente, pues nuestra inteligencia es, al igual que la animal, también de
imágenes y emociones que se generan y se procesan. Generalmente, instinto se
refiere en primer lugar al comportamiento animal tanto individual como social.
En segunda instancia, se refiere a un comportamiento controlado por factores
externos a su objetivo. En tercer lugar, los individuos de cada especie tienen
formas fijas de comportamiento. En cuarta instancia, estas formas fijas de la
especie, como tejer una telaraña, el individuo lo adapta a las condiciones
particulares. Por último, intrínsecamente, el instinto no es otra cosa que la
relación de una imagen, tanto percibida actualmente como recordada, a una
emoción. Por ejemplo, novedad es peligrosa, y una rata no se acerca al veneno
dejado en el entretecho por el dueño de casa.
Todas las funciones psicológicas del cerebro, como el
aprendizaje y la memoria, el entendimiento y el pensamiento, las
representaciones más abstractas de las cosas, el juicio que efectúa para
estructurarlas lógicamente, los sentimientos correlativos que se estructuran
acerca de éstas y la intervención intencional sobre las mismas, que estamos
ahora considerando, generan la mente. La mente es la estructura psíquica que
produce el cerebro fisiológico, estando sustentada en éste. Por lo tanto, la
mente no es algo etéreo ni espiritual. Podemos imaginar la relación entre
cerebro y mente como la que existe entre un motor embragado y el mismo en pleno
funcionamiento. Las actividades que allí se desarrollan corresponden a
operaciones rutinarias y exactas que tienen por causa la interacción de la
naturaleza de la fuerza del impulso nervioso de la transmisión sináptica y de
la transducción sensorial dentro de la multifuncional estructura cerebral. El
cerebro combina lo eléctrico con lo químico para producir aquellas estructuras
tan psíquicas pero tan concretas que existen en el estado eléctrico que se
desenvuelve en las neuronas. En su actividad, el gelatinoso y grisáceo seso
produce la poesía, la idea, el amor, la bondad, y estos productos son
estructuras que existen en un estado electroquímico, en conexiones neuronales
y en proteínas construidas, y, por lo
tanto, en una realidad espacio-temporal.
La imagen de una vela encendida puede servir de
analogía para comprender al cerebro, sus funciones psicológicas y sus productos
psíquicos. La vela, que representa al cerebro, es un objeto tangible, palpable.
La llama, que representa la mente y sus manifestaciones psíquicas, es producto
de la cera, el pabilo y el oxígeno, que representan las neuronas, sus
conexiones y el flujo electroquímico del cerebro. Aunque aparentemente no es
tan tangible ni palpable como de la vela, no es por ello menos material y
medible. De modo similar, nuestra conciencia y sus contendidos son tan
materiales y funcionales como una llama que ilumina y quema. Para comprender la
llama no es para nada suficiente con analizar la vela. Tampoco basta con saber
cómo se enciende ni a quien ilumina o quema. Es necesario saber qué es
precisamente la llama.
Conciencia
La conciencia es el producto psíquico unificador que
resulta de la estructuración de la cognición, la afectividad y la efectividad.
La cognición aporta sensaciones, percepciones, imágenes y, en el ser humano,
ideas. La afectividad produce pulsiones, emociones y, en el ser humano,
sentimientos; y la efectividad genera conducta reactiva, instintiva y, en el
ser humano, volitiva. Mientras la conciencia animal es de lo otro, en el ser
humano también es de sí. La persona, a través de su conciencia, unifica los diversos
productos psíquicos que generan las funciones psicológicas del cerebro en
combinación a la memoria, y se transforma en un todo unificado, armónico y
equilibrado, con propósito y sentido.
Cada escala estructural del sistema cognitivo es
funcionalmente completa por sí misma. El intelecto de una vaca no es ni
racional ni abstracto, pero, en tanto llega a la escala de la imagen y la
emoción, le permite conocer su ambiente de pastizales y a sus congéneres, y las
oportunidades y peligros de su entorno. Recíprocamente, la vaca funciona con
relación a su capacidad cerebral, lo que indica que en dicha escala y sólo en
dicha escala, la vaca es un animal plenamente apto. Si la capacidad intelectual
de una vaca estuviera limitada, sus posibilidades de supervivencia y
reproducción se verían reducidas o anuladas.
Formalmente, la conciencia es la capacidad que posee un
sujeto para adquirir la presencia de un objeto. La capacidad se refiere a la
función de la estructura cognitiva de la conciencia del sujeto; por tanto, la
conciencia se refiere principalmente a la cognición. La adquisición es el acto
cognitivo. La presencia en este caso es una representación psíquica del objeto
que se origina en las sensaciones que el sujeto recibe de este objeto y que
estructura o elabora en percepciones, imágenes y conceptos. La presencia es la
invasión del objeto en el campo de sensación del sujeto. Puesto que parte de
las sensaciones es afectiva, la adquisición es también un acto afectivo, en que
la presencia del objeto genera emociones. El objeto es todo lo que se pone al
alcance del sujeto, como causa de las sensaciones del sujeto, pudiendo ser
partes de estructuras, estructuras individuales o el conjunto de las
estructuras, tanto actualmente como surgidas de la memoria del sujeto.
La conciencia, especialmente en sus escalas superiores
de estructuración, es lo que confiere unidad y armonía al ser humano de modo
análogo a como la cultura unifica el sentir, el pensar y el actuar de un
pueblo. Un individuo puede perder su integridad física al sufrir, por ejemplo,
una amputación, pero no por ello pierde su unidad y equilibrio de persona.
Tampoco el tiempo y los continuos cambios afectan la unidad de la persona. Por
el contrario, la incrementan al adquirir experiencia y sabiduría.
Cuando el todo se hace inviable, la unidad muere y desaparece,
al menos para los efectos de nuestro reconocido universo espacio-temporal. Con
relación a su existencia en un entorno un ser viviente tiene unidad cuando
tiene conciencia de lo otro y se sabe sujeto y objeto de relaciones causales.
Una cebra puede saber que la hierba del prado cercano es un buen alimento, que
el árbol frondoso vecino protege del sol y que el león agazapado en los
matorrales de la izquierda presenta una amenaza fatal. La escala particular de
esta conciencia depende de la capacidad del individuo para saberse hasta qué
punto es sujeto y objeto de relaciones causales con respecto a otros. La escala
de la conciencia de lo otro es de la totalidad de un sistema nervioso que
reconoce en su entorno oportunidades y peligros.
En contraste, una persona tiene unidad cuando tiene un
propósito existencial que surge de la reflexión. La función psicológica de
escala mayor que puede tener un cerebro es la conciencia de sí. El síntoma de
la falta de cordura, que se denomina psicosis en sus diversas manifestaciones
clínicas, es una disociación de la unidad de la conciencia, y consiste en una
pérdida de contacto con la realidad por una incapacidad para efectuar la
comparación entre lo imaginario y lo real y determinar cuál es cual. Su causa
puede encontrarse tanto en fallas específicas de la estructura cerebral que
impiden el funcionamiento normal de alguna estructura en alguna escala
inferior como en deficiencias en los neurotransmisores por la incapacidad del
organismo de sintetizarlos en las proporciones adecuadas.
Las neurosis, por su parte, son heridas de la
estructura emocional de la personalidad que quedan tras las duras batallas por
la supervivencia y la reproducción y que si, por un lado, limitan las
capacidades funcionales del individuo, por el otro lo endurecen para afrontar
luchas similares. Freud llamó subconsciente a una estructura psíquica con
contenidos que no logran aparecer en la conciencia o que pudiendo hacerse
conscientes son reprimidos por ésta. La estructuración de la conciencia no sólo
diferencia a los cuerdos de los que no son tanto, sino que establece la
sensatez en la personalidad, es decir, el predominio de la razón y la lógica
por sobre el instinto, esto es, del pensar racional a partir de premisas
válidas, del criticar la validez de las premisas y del elaborar las premisas
mismas.
Relaciones
En cuanto cantidad la inteligencia es proporcional a la
capacidad del cerebro para relacionar distintos contenidos de conciencia dentro
de una misma escala; en tanto que su calidad depende de la escala a que es
capaz de funcionar para estructurar estos contenidos. El concepto “contenidos
de conciencia” es generalmente utilizado por la psicología filosófica para
designar las diversas unidades estructuradas de carácter psicológico, como las
sensaciones, las percepciones, las imágenes y las ideas.
Los contenidos de conciencia son representaciones
significativas de alguna escala determinada y están referidos necesariamente a
contenidos de conciencia de una escala inferior, como la idea respecto a las
imágenes, o la imagen respecto a las percepciones. Además, los contenidos de
conciencia están referidos potencialmente a contenidos de escala superior, como
las percepciones respecto a la imagen. Una representación es una versión
interpretada o reconstruida, como una percepción que reconstruye o interpreta
sensaciones.
Relacionar es otra palabra para estructurar. La acción
estructuradora que efectúa el cerebro no es otra cosa que relacionar contenidos
de conciencia dentro de una misma escala, como combinar imágenes distintas de
una cosa y obtener una imagen más completa de ésta. También se refiere a la
acción de estructurar contenidos de conciencia en una escala superior a partir
de distintos contenidos de conciencia de escala inferior, como a partir de
imágenes de triángulo se llega a estructurar la idea de triángulo. En este
sentido, las imágenes pasan a ser las unidades discretas de la idea, y las
percepciones lo son de la imagen.
Este mecanismo responde a la interrogante de cómo el
cerebro adquiere ideas a partir de la experiencia que nos viene a través de
sensaciones de objetos de la realidad, es decir, de cómo produce algo que es
abstracto y universal de algo que es concreto y particular. El cerebro
relaciona los contenidos de una misma escala y los estructura en una escala
superior, cuyos contenidos los vuelve a estructurar en una escala aún superior,
y así sucesivamente hasta llegar a la idea más abstracta y universal posible.
Observemos por tanto que los contenidos de conciencia de escalas superiores
siempre están referidos a sus componentes de escalas inferiores.
En razón de que las causas de los contenidos de
conciencia de la escala cognitiva más baja, las sensaciones, provienen del
medio externo, todos los contenidos de conciencia, incluso los más abstractos y
lejanos de la realidad objetiva y sensible, pasan a ser sus verdaderas
representaciones, aunque nuestra imaginación y nuestra inteligencia consigan
distorsionarlos de manera tan completa que nos parezcan virtualmente irreconocibles
con los objetos representados. Así, pues, los contendidos de conciencia son
representaciones de cosas objetivas, estructuradas en distintas escalas, y
provienen del mundo exterior.
Toda información cognitiva proviene del medio externo e
ingresa al cerebro a través de los órganos sensoriales. Toda ella es
primitivamente sensación. El cerebro puede elaborar la información y producir
una percepción, una imagen o una idea. Es capaz de sintetizar información y
ordenarla. Así, estos contenidos están siempre referidos a sus componentes
primitivos. De ahí que siempre esté significando y siempre sea una
representación del objeto. La veracidad de un contenido de conciencia, es
decir, la calidad de su correspondencia con el objeto representado, en
cualquier escala, está en relación directa con la fidelidad que llegue a
representar la cosa objetivada.
El poder del cerebro humano, y más específicamente de
la mente, es muy grande, pues produce cosas –contendidos de conciencia– que no
están originariamente en los objetos. En este sentido el poder del cerebro
humano es extraordinariamente mayor que el del cerebro animal, el cual
reproduce imágenes bastante fieles de objetos, podríamos decir de manera
análoga a una máquina fotográfica. La diferencia sustancial es que la mente
humana genera ideas, mientras que en la realidad objetiva no existen estas
ideas. Sin embargo, la mente humana produce ideas como relaciones verdaderas de
representaciones individuales y concretas objetivas. Por ejemplo, Sócrates es
hombre, todos los hombres son mortales, etc. Además, la mente es capaz de
relacionar lógicamente dichas proposiciones y llegar a la conclusión: “Sócrates
es mortal”. Esta conclusión no está en los objetos de la realidad objetiva que
la mente conoce, pero es perfectamente verdadera, pues corresponde
efectivamente a la realidad objetiva.
Procesamiento
La capacidad de la mente humana para relacionar rápida
e incesantemente contenidos de conciencia está detrás de una actividad de
continua elaboración y reelaboración. La mente no genera fantasmas ni elabora
fantasías a partir de la nada. Existe fuera de ella un mundo real, sensible, de
donde primero extrae sus representaciones, las almacena en su memoria y las
recuerda cuando es necesario. Luego, estos contenidos los ordena y reordena,
los cambia y trastoca, los relaciona y combina permanente, sintética y
críticamente para estructurar unidades en escalas sucesivamente incluyentes,
hasta la obtención, en el ser humano, a través de su peculiar pensamiento
conceptual y abstracto, de ideas abstractas y proposiciones completamente
verdaderas, las que, mediante su procesamiento lógico, llega a nuevas
proposiciones, en un proceso que puede ser cada vez más complejo, sutil, fiel,
certero, profundo y verdadero.
El procesamiento de relaciones de percepciones,
imágenes e ideas que efectuamos en el tiempo, uno tras otro en infinita y
desordenada sucesión, nos permite la concepción de un antes y de un después,
pues la imagen de algo no sólo incluye sus dimensiones espaciales, también se
refiere a la dimensión temporal de la relación causal que representa. Algo
puede ser imaginado en el tiempo sin recurrir al proceso lógico de que un antes
antecede necesariamente a un después. Gracias a esta capacidad, no sólo podemos
planificar, proyectar y programar acciones, sino también tener un sentido, más
que del tiempo, de la historia. También, mediante las relaciones que hacemos de
las imágenes de las cosas, tenemos conciencia de lo otro, como ocurre con los
animales superiores. Pero la capacidad para ubicarnos aparte y frente a las
cosas, que produce la conciencia de sí, la poseemos sólo los seres humanos. Por
ella podemos avergonzarnos, envidiar, envanecernos y reír, entre una
multiplicidad de otras manifestaciones conductuales.
Podemos distinguir tres tipos de pensamiento según sea
su grado de funcionalidad. En primer término, cuando el cerebro llega a tener
la capacidad para recombinar y sintetizar imágenes en ideas tan concretas que
están estrechamente ligadas a las imágenes, hablamos de pensamiento instintivo
o concreto. El pensamiento se hace lógico y ontológico cuando las ideas son más
abstractas, pueden independizarse de sus imágenes y pueden relacionarse entre
sí. En una escala superior, que corresponde a un pensamiento plenamente
abstracto, las relaciones lógicas y ontológicas se efectúan con prescindencia
de imágenes, y utiliza únicamente símbolos, como si representaran cosas. Esta
estructuración lógica de sistemas de relaciones simbólicas, que no necesitan
referencia a ningún tipo de representación de objetos concretos, constituye el
pensamiento abstracto. La estructuración lógica y ontológica de las ideas
posibilita el pensamiento y el lenguaje. La conciencia de sí es la emergencia
del pensamiento reflexivo del sujeto sobre sí mismo, sus operaciones, sus
intenciones y sus acciones.
Los dos últimos productos psíquicos de la actividad
cognitiva requieren –el pensamiento lógico y ontológico y el pensamiento
abstracto–, a modo de procesador, de una estructura cerebral y psíquica que
sólo los seres humanos poseemos. No obstante, aún podemos considerar que los
productos del pensamiento abstracto forman parte, como unidades
subestructurales, de un producto de escala todavía superior y que es la
conciencia de sí. Su función es establecer la coordinación unificadora de todos
los contenidos de conciencia en sus diversas escalas, como también de los
contendidos en los sistemas afectivos y volitivos. Fundamentalmente consiste en
la permanente comparación de los contenidos de conciencia, ya estructurados y
hechos presente, con los objetos de conocimiento proporcionados en nuestro
contacto con la realidad, con el objeto de lograr la verdad, según la vieja
definición tomista: adequatio intellectus
rei (la verdad es la correspondencia del intelecto con la cosa).
Productos
psíquicos
En la escala de las ideas parte de la función
cognoscitiva consiste en relacionar las representaciones con símbolos. Estos
pueden reemplazar las representaciones de imágenes, pudiéndose emplear tanto
para pensar lógicamente como para comunicarse con los demás a través del
lenguaje. El lenguaje es específicamente de ideas que están asociadas a
imágenes significantes, mientras que el pensamiento puede estar continuamente
referido a imágenes reales a causa de la enorme funcionalidad del cerebro, como
cuando uno piensa en la idea de triángulo y lo refiere a la imagen de un
triángulo concreto.
El cerebro, específicamente el centro de Broca, puede
también, en cualquier instante, volver a la representación que había
simbolizado por una palabra. El reflejo condicionado de Pavlov nos señala que
una imagen olfativa-gustativa (un apetitoso bife) puede relacionarse con una
imagen auditiva (el timbre). Si un perro obedece a una voz del amo, no es
porque entienda el lenguaje conceptual que usa el amo, sino porque relaciona
una imagen auditiva con una imagen de una acción que debe ser ejecutada.
El cerebro humano puede no sólo producir
estructuraciones psíquicas a partir de escalas inferiores, sino que también
puede hacer el camino inverso. Por ejemplo, el arte poético es la habilidad
para estructurar una imagen a partir de conceptos. El natural orden de
estructuración del conocimiento es revertido por el artista con el propósito de
obtener una imagen que contenga una síntesis conceptual. Corrientemente, esta
operación es metafórica, esto es, se vale de la analogía. El poeta, el artista
o el publicista asocia dos relaciones de escalas distintas pero cuyas
conexiones ontológicas, causales o lógicas son equivalentes.
Desde el punto de vista afectivo, la imagen tangible,
por ejemplo, una obra de arte, al portar por analogía una representación de la
realidad de una escala superior, es decir, una idea, también contiene el
sentimiento que se relaciona con ésta, pero no necesariamente la emoción que se
asocia usualmente con la imagen, ambas de una escala inferior. Más
precisamente, el poeta apela no tanto a nuestro pensamiento conceptual-lógico,
que sería el objetivo de un pensador, sino que a nuestros sentimientos.
También una mentalidad idealista hace el mismo camino
reverso que el poeta. La imagen que estructura no proviene inmediatamente de
sus percepciones, sino de sus ideas abstractas. Si imagina un triángulo, lo
hará en forma ideal, sin las particularidades absolutamente concretas de la
imagen.
Las actividades lógica y ontológica requieren una
conciencia en plena vigilia. Cuando una persona duerme, estas actividades no
pueden desarrollarse. El sueño no contiene conceptos, sino que únicamente
imágenes. Sin embargo, como Freud descubrió, el contenido del subconsciente
puede manifestarse en los sueños y expresarse a través de imágenes oníricas que
de alguna u otra manera simbolizan las relaciones lógicas u ontológicas
reprimidas. C. G. Jung, en especial, descodificó los símbolos que se vinculan
arquetípicamente a imágenes particulares, de modo que se facilita mucho la
interpretación de los sueños.
Teoría
del conocimiento
Hemos llegado a un punto de la exposición en el que
resulta pertinente hacer un alto para resumir lo dicho que sea englobado en una
teoría epistemológica-psicológica. Cualquier teoría de este tipo que se formule
debe considerar los distintos órdenes de fenómenos que intervienen, como el
funcionamiento de las cosas en el universo, los condicionamientos funcionales
del organismo viviente surgidos por la evolución biológica, su relación con su
ambiente, las condiciones estructurales del sistema nervioso y sus peculiares
funciones psicológicas.
Las numerosas dificultades que uno se enfrenta al
estudiar el dominio epistemológico-psicológico pueden dividirse en general en
dos grupos: aquéllas que se suscitan cuando se trata de definir las funciones
psicológicas del cerebro identificándolas erróneamente con una mente de
naturaleza espiritual, y aquéllas que derivan de considerar el cerebro dividido
únicamente en niveles dentro de una misma escala supuestamente homogénea.
Esta teoría supone un sujeto cognitivo real, material,
interno y activo que es afectado, y que existe en oposición a un objeto real,
material, externo y pasivo que afecta. Supone también, en contra del dualismo
cartesiano, un sujeto unitario, no dualista, ni compuesto por espíritu (mente)
y materia (cerebro). Se opone igualmente al pensamiento kantiano que afirma que
la mente (razón) inmaterial del sujeto material conoce un objeto inmaterial e
interno del entendimiento, y no al objeto material externo. También se opone a
la concepción conductista que niega la posibilidad de conocer al sujeto, al que
califica como “caja negra”, si no es a través de reacciones del sujeto ante
estímulos externos. En contra de del cartesianismo, el kantismo y el
conductismo, busca comprender al sujeto en sí.
Para explicar la presente teoría comenzaremos
señalando, en primer lugar, que el funcionamiento de las cosas del universo se
caracteriza porque todas las cosas son estructuras funcionales, esto es,
ejercen o son receptores de fuerzas específicas, y porque cada estructura es
subestructura de una estructura de escala superior y contiene subestructuras
que son estructuras de escala inferior. Una estructura es funcional no sólo
respecto a sí misma, también lo es respecto a sus subestructuras y sus
funciones. Así, una misma acción de un ser humano, como el gesto de detener un
autobús, puede contener elementos de todas las escalas que lo componen, desde
su propio peso gravitacional, pasando por impulsos de su sistema nervioso autónomo,
hasta la intención deliberada que surge de su pensar racional y abstracto de la
necesidad de detener el autobús para subirse y viajar al destino propuesto.
En segundo término, el cerebro es el órgano regulador y
coordinador de un organismo viviente que se autoestructura en un hábitat
determinado. Este consiste en un ambiente ambivalente capaz de proveer, pero
que tiene a la vez la potencialidad para limitar y destruir. El sistema
nervioso central ha evolucionado para adquirir información del medio y para
generar en el organismo una respuesta apropiada de búsqueda de alimento y
cobijo, de huida ante el peligro o de defensa ante un ataque.
En tercer lugar, el cerebro es una estructura
fisiológica que tiene funciones psicológicas destinadas a producir estructuras
psíquicas. El tipo de estructuras psíquicas depende de dos parámetros: la
función psicológica específica del cerebro y la escala de estructuración.
Referente a este primer parámetro, existen tres tipos de funciones psicológicas
específicas: la afectiva, la cognitiva, que en el ser humano es cognoscitiva y
la efectiva, que en ser el humano es específicamente volitiva. Para interactuar
con el medio externo (incluido su cuerpo) todo organismo con sistema nervioso
central necesita tener información sobre el ambiente; segundo, necesita evaluar
dicha información en términos de si le es beneficiosa o dañina, y tercero,
necesita responder a dicha información para aceptar lo que le beneficia y
rechazar lo que le puede dañar. En otras palabras, el conocimiento sirve para
actuar adecuada y oportunamente.
Hemos visto que con relación al segundo parámetro el
cerebro es un órgano que ha evolucionado desde que en el sistema nervioso
aparece la cefalización a causa de que los ganglios situados en la parte anterior
del individuo adoptan funciones más especializadas y complejas. El estado
evolutivo superior corresponde al cerebro humano. Entre el más primitivo
cerebro y el cerebro humano la evolución ha consistido en una estructuración a
través de una serie de escalas muy determinadas, de modo que el cerebro más
evolucionado contiene la totalidad de las estructuras, y el menos evolucionado,
sólo la estructura primera. Existen organismos en todas las escalas de
conciencia de estructuración. Estas son una escala básica de la conciencia
sensible (sensación cognitiva, sensación afectiva y pulsión), una escala media
de la conciencia de un medio externo (percepción, impresión e instinto rígido),
una escala mayor de la conciencia de lo otro (imagen, emoción e instinto plástico)
y una escala superior de la conciencia de sí (idea, sentimiento y volición).
En cuarto término, para ser efectiva la funcionalidad
es unitaria, esto es, tanto la estructuración fisiológica como la producida
psicológicamente están jerarquizadas, teniendo un centro psíquico unitario,
armonizador, equilibrado de escala máxima relativa que denominamos conciencia.
De este modo, tenemos toda una jerarquía estructural
afectiva-cognitiva-efectiva de escalas sucesivamente incluyentes que se
unifican en sus respectivos tipos de conciencias.
También según lo expuesto hasta ahora, los contenidos
de conciencia se estructuran en escalas distintas, y en éstas se relacionan de
modo jerárquico e incluyente. El grado más alto de la estructura psíquica, o
escala superior, corresponde a la conciencia de sí. Ésta relaciona las unidades
más globales producidas por el pensamiento abstracto y lógico, y les otorga una
unidad última. Le sigue en jerarquía la estructura del pensamiento denominado
abstracto. Ésta, que consiste en relaciones lógicas de juicios o proposiciones
constituidas por conceptos (que son las ideas abstractas), corresponden a la
estructura del pensamiento lógico. A su vez, el producto del pensamiento lógico
está compuesto por unidades discretas de ideas o conceptos estructurados de
acuerdo a las operaciones de conjuntos y que emanan del pensamiento instintivo,
el cual relaciona únicamente ideas concretas.
Por su parte, las ideas pueden ser o bien abstractas o
bien concretas. Una idea más bien abstracta, o concepto, se estructura a partir
de ideas más bien concretas mediante la relación ontológica. Las ideas
concretas son estructuras constituidas por unidades discretas de imágenes u
objetos de percepción. Las imágenes son estructuras compuestas por unidades
discretas de percepciones. Las percepciones son estructuras consistentes en
unidades discretas de sensaciones. Por último, las sensaciones son estructuras
compuestas por unidades discretas de señales que provienen del medio externo a
través de los sentidos de percepción.
En mi referodo libro El pensamiento humano (http://unihum5.blogspot.com)
me ocupo de una segunda serie de escalas, aquella que la función abstracta y
racional, correspondiente al pensamiento abstracto y lógico del cerebro humano,
establece con respecto a las ideas.
Por lo tanto, el cerebro puede describirse
analógicamente como una fábrica que contiene divisiones, las cuales están divididas
en talleres, y éstos poseen máquinas. Digamos que las máquinas son las neuronas
que procesan, en la escala de talleres, las sensaciones y producen
percepciones. Los talleres procesan las percepciones y producen imágenes. Las
divisiones obtienen ideas a partir de los insumos generados por los talleres.
Si éstas pasan a través de la unidad de procesamiento lógico de la fábrica, el
producto final son los juicios y proposiciones, para concluir en la
profundización de la conciencia. Todas estas etapas recurren a bodegas, que
representan memorias, para almacenar tanto los insumos como los productos
terminados.
Inteligencia
biológica e inteligencia artificial
Las ideas no son "formas" abstraídas de los
objetos, al modo como propuso Aristóteles, y menos tienen existencia autónoma
en el "mundo de las Ideas", como supuso Platón. Los conceptos no son
entidades inmateriales, ajenas a las cosas extensas, como pensó Descartes. En
nuestros días, esta suposición de la epistemología tradicional nos debiera
parecer extraña. La cibernética nos muestra en forma práctica la capacidad de
ciertas máquinas electrónicas para manipular los símbolos más abstrusos en
forma mecánica: memorizarlos, relacionarlos lógicamente, y comunicarlos. Si una
máquina tan material como una computadora maneja los símbolos de conceptos
considerados abstractos, significa que éstos son tan materiales como la
máquina.
Con todo, esto no significa que el cerebro humano sea
similar a una computadora, lo cual deja a menudo estupefactos a los que buscan
crear una inteligencia artificial similar a la inteligencia humana, o
biológica. Si el cerebro es tan material como un circuito electrónico, y si es
fruto de procesos perfectamente naturales, es lógico pensar que se lo pueda
reproducir artificialmente, si no ahora, algún día en el futuro. Y sin embargo
existen distancias fundamentales, si acaso no insalvables, entre la
inteligencia humana y una posible inteligencia artificial. Una de las
distancias que deberá ser salvada es la determinada por las funciones humanas,
en especial, por la necesidad humana de supervivencia. Incluso, sólo el ser
humano puede actuar conscientemente y renunciar intencionalmente contra el
propósito de su objetivo natural de sobrevivir. En el fondo, el cerebro humano
se diferencia de una computadora por las formas tan radicalmente especiales de
estructuración y de generación de estructuras cognitivas, que lo hacen tan
inaccesible a su replicación artificial.
Aunque la computadora es sorprendentemente rápida y
segura para manejar enormes cantidades de datos, es absolutamente unidireccional
y está construida para efectuar única y directamente el trabajo de relaciones
lógicas que el programa le ordena efectuar, sin poseer un ápice de libertad ni
de inquietud inquisitiva. Es incapaz por sí misma de conferir a los símbolos,
las unidades discretas del proceso computacional, cualquier significado, valor
semántico o relación ontológica, pues sólo consigue procesar la información
según códigos preestablecidos que formulan reglas secuenciales que se van
aplicando una por vez, sin lograr jamás superar dicha escala que permitiría
acceder a escalas superiores.
La computadora es un ordenador puramente lógico que
opera sólo de un modo matemático y hasta sintáctico. No consigue pasar de una
escala a otra escala de estructuración más allá que la cantidad, pues no logra
sintetizar la información procesada en estructuras que sirvan de unidades
discretas para una escala superior. La lógica, que es común tanto a una
inteligencia artificial como a una inteligencia humana, sólo es capaz de
manipular cantidades dentro de una misma escala, pero no de sintetizarlas. Una
computadora sólo puede efectuar las operaciones de un problema matemático, pero
no tiene habilidades semánticas y obtener significados más abstractos. No es
capaz ni de plantear el problema ni de tomar conocimiento de sus resultados, ni
siquiera otorgar por sí misma símbolos a las cantidades, pues puede realizar
sólo operaciones digitales, fácilmente mecanizables vía circuitos electrónicos.
Por el contrario, el ser humano, como cualquier animal
que su supervivencia depende por lo demás de las decisiones que a cada momento
está tomando, es consciente de todo un medio que le está suministrando
información indiferenciada, y está obligado a prestar atención sin cesar a los
diversos llamados, pues debe discriminar entre una multiplicidad de información
perteneciente a escalas distintas de estructuración, y debe considerar asimismo
diversas condicionantes y experiencias para dar respuestas oportunas y
decisivas, seleccionadas entre complejas alternativas y variadas situaciones.
Esto lo realiza con un gran poder de síntesis, es decir, de integración a
través de todas las escalas estructurales de la estructura cognitiva de la que
es capaz.
Mientras la inteligencia humana es capaz de, por
ejemplo en el juego de ajedrez, seleccionar la jugada más probable tras penosa
deliberación, la computadora, con su enorme velocidad, analiza las cientos
miles de posibilidades en pocos instantes hasta encontrar la mejor. A la
inversa, ninguna máquina computarizada ha podido hasta ahora superar al humano
recolector de manzanas maduras de un árbol, quien puede discriminar
instantáneamente colores, formas, tamaños y ubicar la forma de desprenderlas de
la rama rápidamente, ejerciendo la presión precisa. Es una aparentemente simple
tarea que los antepasados de este recolector habían estado ejerciendo por
millones de años y que les había permitido sobrevivir y a la vez ir adaptándose
al manzano al mismo tiempo que, simbióticamente, el manzano se adaptaba a las
necesidades del primate y su especie ajustaba su estrategia de prolongación. Y
sin embargo, algún día se podrá fabricar una máquina inteligente que supere al
humano en recolectar manzanas, pues se trata de una tarea que acontece dentro
de una sola escala.
En el cerebro humano las neuronas se relacionan entre
sí formando una red no sólo densamente interconectada, sino que muy
estratificada. En cualquier actividad psíquica, son miles las neuronas que
participan. Aunque la velocidad de la información neuronal (que es de solo 70
m/s) es un millón de veces más lenta que la de una computadora electrónica (que
es de casi la velocidad de la luz), el cerebro, que procesa simultáneamente una
inmensa cantidad de bits en múltiples escalas, es millones de veces más
eficiente que la computadora, la que por ser serial debe procesar uno tras otro
los bits.
Así, el cerebro humano tiene una capacidad para
efectuar miles de operaciones en forma simultánea en escalas incluyentes de
estructuración, pudiendo ir de una escala a otra sin dificultad alguna. Esto le
permite tanto estructurar en escalas sucesivas de complejidad desde las
sensaciones hasta las ideas como volver desde lo más complejo a lo más simple
en un instante. Cuando el ser humano posee la idea de triángulo, también tiene
las imágenes concretas de algunos triángulos particulares y está al mismo tiempo
consciente que se trata de una figura geométrica con tres lados y tres ángulos.
Para que una computadora pueda asemejarse al cerebro
necesita que su estructura general, de escala superior, englobe a una multitud
de estructuras de escalas cada vez inferiores e interdependientes entre sí, de
modo que los distintos bits de información puedan ser relacionados y
memorizados no tan sólo en una misma escala, sino que la estructuración de
estas unidades de información puedan constituir también bits de otra naturaleza
completamente distinta, correspondientes a escalas superiores, análoga a la
diferencia que existe, por ejemplo, entre imágenes e ideas, si el sistema
básico de procesamiento y memoria es sobre la base de estas unidades de
información. Necesita también que su estructura general, que en el cerebro
produce la conciencia, tenga una habilidad semejante si la acción que logre
generar va a tener algo de intencionalidad.
Cuando se logre fabricar una computadora capaz,
primero, de estructurar representaciones de la realidad de naturaleza abstracta
a partir de representaciones de la realidad de naturaleza concreta; segundo, de
simbolizar ambos órdenes de representaciones de modo que puedan ser referidos
permanentemente a la realidad; tercero, de relacionar lógicamente estos
símbolos de manera que el ordenamiento de los términos de las proposiciones se
haga según parámetros de cantidad; cuarto, de relacionar semánticamente estos
mismos símbolos de modo que en todo momento los símbolos puedan estar referidos
significativamente a la realidad, y quinto, de producir símbolos también
significativos y posibles de ser referidos a la realidad a partir de las
relaciones significativas que logre establecer, se estará muy cerca de una de
las dos condiciones que caracterizan una inteligencia biológica. La otra
condición es, como se expresó más arriba, la capacidad de saltar de una escala
a otra, ya sea sintetizando unidades en contenidos de escalas superiores o
analizando los componentes de contenidos en escalas inferiores. No es
suficiente proclamar la creación de una inteligencia artificial cuando la única
función que desempeña es la función lógica, aunque con una velocidad y
precisión que no tiene parangón en ninguna estructura neuronal.
Por último, la lógica no es una característica
intrínseca de la máquina, puesto que ésta puede ser fabricada para que funcione
en forma ilógica, por ejemplo, que 5 sea el resultado de 2 + 2. En cambio, la
función lógica del ser humano es indispensable para la estructuración de los conceptos
en juicios válidos, los que son indispensables para su propia supervivencia: un
ser humano, o un animal, no puede permitirse errores vitales; un error le puede
ser fatal.
Si bien la pregunta que se hace corrientemente acerca
de la relación entre una computadora y el cerebro humano se refiere a las
diferencias que existen entre ambos, debemos reflexionar que en tanto la
computadora es un artefacto utilitario, fabricado por el ser humano, la
importancia de la relación no se refiere a las diferencias, sino a la
interacción entre ambos. En este sentido, una computadora pasa a ser una
extensión funcional del ser humano. Del mismo modo como una piedra es una
extensión del puño utilizada desde tiempos paleolíticos, un microscopio es una
extensión del ojo del biólogo y una prenda de vestir es una extensión de la
piel del ser humano para protegerse del frío y relacionarse socialmente, una
computadora es una extensión del cerebro humano. Una computadora es un
procesador lógico de información, un extenso archivo de datos, una precisa y
rápida calculadora. En la interacción con el ser humano estas funciones
intervienen no sólo de modo confiable, sino que según el mandato de la voluntad
del individuo humano que la opera. Mediante la computadora, un ser humano agiganta
su capacidad cerebral en su actividad inteligente.
Conciencia
corruptible
La conciencia no es otra cosa que la activación
electroquímica unificadora por la que se actualizan complejos conjuntos de
relaciones psíquicas y se estructuran nuevas relaciones en un variado y
continuo juego que abarca todo el espacio ocupado por el sistema nervioso. No
es algo tan diminuto, como creyó alguna vez Descartes, quien propuso la
glándula pineal como aquello que conecta el cuerpo con el alma.
Formalmente, la conciencia es la capacidad que posee un
sujeto para adquirir la presencia de un objeto. La capacidad se refiere a la
función de una estructura; en este caso, la estructura es la cognitiva; por
tanto, la conciencia se refiere a la cognición. La posesión en este caso es una
representación psíquica del objeto que se origina en las sensaciones que recibe
de un objeto y que estructura o elabora en percepciones, imágenes y conceptos.
El sujeto es el ser que contiene la estructura cognitiva. La adquisición es el
acto cognitivo. La presencia es la invasión del sujeto en el campo de sensación
del sujeto. El objeto es todo lo que se pone al alcance del sujeto, como causa
de las sensaciones del sujeto, pudiendo ser partes de estructuras, estructuras
individuales o el conjunto de las estructuras, tanto actualmente como surgidas
de la memoria del sujeto.
Cada día que pasa en la vida de un individuo, miles de
insustituibles neuronas se destruyen, o simplemente quedan desconectadas, y con
ellas desaparecen para siempre unidades vivenciales únicas e irrepetibles y
capacidades cerebrales. Afortunadamente, estas cantidades de neuronas que van
muriendo constituyen una mínima fracción del total que cada individuo posee.
Con el tiempo la memoria se va degradando, y también las capacidades
intelectivas se van debilitando y la conciencia se va apagando. Este proceso,
lento pero inexorable e irreversible, se acelera a medida que los sistemas
metabólicos y circulatorios del individuo se van haciendo menos eficientes con
la edad avanzada.
Cuando la muerte del individuo sobreviene, toda esa
grandiosa acumulación de recuerdos, de asociaciones de imágenes, de relaciones
ontológicas y lógicas, de conexiones cognoscitivas de unidades estructurales,
de capacidad para intencionar amando u odiando se destruyen en un breve
instante por la supresión de las fuerzas que sostienen la estructura, esto es,
simplemente por la falta de suministro de oxígeno y aminoácidos; y ese
fantástico y grandioso cosmos subjetivo desaparece brusca y definitivamente,
para siempre.
La medicina legal reconoce en la actualidad que la
desestructuración completa y definitiva del órgano que genera la conciencia
marca la muerte virtual del individuo humano, aún cuando el resto de sus otros
órganos permanezcan tan completamente funcionales que son susceptibles de ser
reciclados para trasplantes. La conciencia no solo sostiene la vida autónoma,
sino que le otorga unidad al organismo viviente. Sin ella el ser viviente
pierde su organicidad en forma absoluta.
La muerte destruye toda una maravillosa estructuración
en un brevísimo instante, el tiempo que tarda una neurona en ser destruida por
falta de oxígeno. Pero según la primera ley de la termodinámica, y también la
segunda, muchas de las experiencias y conocimientos acumulados, que han sido
indudablemente funcionales para la supervivencia del individuo, no terminan
necesariamente con su muerte. A través de la comunicación del lenguaje y de la
memoria social, logran una subsistencia en la estructura cultural, pues la
cultura no es otra cosa que conocimientos y experiencias de individuos
comunicadas en un pasado y acumuladas en el recuerdo social. Probablemente,
cada vida individual, con sus propias experiencias, creaciones y comunicaciones
deje una cierta impronta en el saber social.
Para quien alberga la esperanza de que la conciencia
transcienda el tiempo es difícil aceptar la conclusión lógica de la causalidad
natural de que la muerte individual significa el término radical y total de esa
maravillosa, inmensamente compleja, única e irrepetible conciencia tan
personalmente propia del individuo y que jamás nunca volverá a repetirse
nuevamente. El prodigioso entramado estructurado por cada ser humano durante
una vida llena de gozos y sufrimientos, experiencias y conocimientos, éxitos y
fracasos es, más que una muestra adicional de la extraordinaria exuberancia de
la naturaleza, la mayor estructuración funcional a que puede alcanzar la
materia, y que acostumbramos denominar espíritu, como una manera de significar la
radical oposición entre conciencia y materia y, en consecuencia, libre de las
leyes que rigen la materia, incluso de la segunda ley de la termodinámica.
Desde al menos la época cuando algunos antepasados
nuestros pintarrajearon la caverna de Altamira con figuras tanto simbólicas
como concretas, se ha supuesto que el espíritu es verdaderamente distinto de la
materia. La ciencia, desde su particular punto de vista, no puede concebir que
la conciencia pueda escapar de las leyes naturales, habiendo sido originada por
estructuras y fuerzas que funcionan según estas mismas leyes. Las filosofías
espiritualistas, que parten del supuesto de que la conciencia es espiritual,
han visto sus fundamentos atacados vigorosamente por la ciencia. No obstante,
existe un ámbito de la conciencia que es inaccesible a la ciencia, que es la
conciencia profunda, importante materia que merece un análisis propio, pero que
no entra en el propósito de este libro. La búsqueda de transcendencia de esta
conciencia podría tener una respuesta real (ver mi libro La flecha de la vida, capítulo 6, “La existencia después de la
vida.” http://unihum8.blogspot.com).
Notas:
Este ensayo, ubicado en http://unihum4d.blogspot,com/, corresponde al Capitulo4, “La inteligencia
humana”, del Libro IV, La llama de la
mente (ref. http://unihum4.blogspot.com/).
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